El estado y la felicidad
del ciudadano.
Podría parecer extraño que la política se tuviera que
ocupar de la felicidad del individuo, pues la mayoría de las teorías
señalan que el alcance de la felicidad está en uno mismo.
Para James y Stuart Mill la máxima Felicidad posible
es la del mayor número de personas. La felicidad no depende solo de
las actitudes del hombre, sino que depende también de condiciones y
circunstancias objetivas, por ejemplo las decisiones políticas
afectan a nuestro bienestar. Es por tanto un concepto que no solo
pertenece al hombre en su singularidad, sino al hombre en cuanto
miembro de una comunidad, de un mundo social.
La idea moderna de felicidad como derecho del individuo,
surge en la Ilustración de la mano de filósofos como Voltaire y
Rousseau, que afirmaban que felicidad no es un capricho del destino,
ni un don divino, sino algo que todos deberíamos alcanzar en la
tierra. "El ser humano tiene derecho a ser feliz y es misión
del gobernante conseguirlo": Es tanta la importancia que se le
da a este concepto que dos textos fundamentales, la Declaración de
Independencia de Estados Unidos (1776) y la Declaración de los
Derechos del Hombre (Francia, 1789), establecen el derecho a "la
felicidad de todos".
El estado debe contribuir a nuestra felicidad, pero en
qué y cómo. La felicidad respecto al estado debe estar constituida
por los elementos idénticos que la felicidad individual, señalaba
Aristóteles. ¿Pero qué constituye la felicidad individual?
Revisando los distintos autores podríamos dividir el concepto de
felicidad en dos corrientes, los que consideran la felicidad como la
satisfacción de los placeres y aquellos que consideraban la
felicidad como el logro de los placeres, la virtud y la sabiduría.
Sin olvidar que para Kant y Hegel, la felicidad es un estado
inalcanzable pues supone un ideal donde todo resulta conforme a
nuestro deseo y voluntad.
Si tengo que quedarme con alguna definición de la
felicidad escogería la de Aristóteles, “todo hombre para ser
feliz debe poseer tres especies de bienes: externos, del cuerpo y del
alma”. En esto debe contribuir el estado, en la satisfacción de
nuestras necesidades (salud, trabajo, vivienda…). ¡Todo esto está
muy bien!, tendríamos los bienes externos y del cuerpo y podríamos
fácilmente llegar a un gobierno benefactor donde al individuo se le
facilitará todo lo necesario. Sin embargo, olvidaríamos los bienes
del alma, la adquisición del saber, la felicidad que llega con la
perfección y la superación personal. Bienes que se consiguen con
las trabas de la vida y la FORMACIÓN.
Sobra decir en qué debe contribuir el buen gobernante,
pero cómo, pues como diría Spinoza dejando a un lado su estado
natural y primitivo, en el cual se mira y se obedece sólo a uno
mismo. Concretándose en el estado civil donde el individuo se
preocupa de la comunidad y todo se realiza con consenso.
María José Sánchez Rey.
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