martes, 17 de junio de 2014



 

El estado y la felicidad del ciudadano.
Podría parecer extraño que la política se tuviera que ocupar de la felicidad del individuo, pues la mayoría de las teorías señalan que el alcance de la felicidad está en uno mismo.
Para James y Stuart Mill la máxima Felicidad posible es la del mayor número de personas. La felicidad no depende solo de las actitudes del hombre, sino que depende también de condiciones y circunstancias objetivas, por ejemplo las decisiones políticas afectan a nuestro bienestar. Es por tanto un concepto que no solo pertenece al hombre en su singularidad, sino al hombre en cuanto miembro de una comunidad, de un mundo social.
La idea moderna de felicidad como derecho del individuo, surge en la Ilustración de la mano de filósofos como Voltaire y Rousseau, que afirmaban que felicidad no es un capricho del destino, ni un don divino, sino algo que todos deberíamos alcanzar en la tierra. "El ser humano tiene derecho a ser feliz y es misión del gobernante conseguirlo": Es tanta la importancia que se le da a este concepto que dos textos fundamentales, la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y la Declaración de los Derechos del Hombre (Francia, 1789), establecen el derecho a "la felicidad de todos".
El estado debe contribuir a nuestra felicidad, pero en qué y cómo. La felicidad respecto al estado debe estar constituida por los elementos idénticos que la felicidad individual, señalaba Aristóteles. ¿Pero qué constituye la felicidad individual? Revisando los distintos autores podríamos dividir el concepto de felicidad en dos corrientes, los que consideran la felicidad como la satisfacción de los placeres y aquellos que consideraban la felicidad como el logro de los placeres, la virtud y la sabiduría. Sin olvidar que para Kant y Hegel, la felicidad es un estado inalcanzable pues supone un ideal donde todo resulta conforme a nuestro deseo y voluntad.
Si tengo que quedarme con alguna definición de la felicidad escogería la de Aristóteles, “todo hombre para ser feliz debe poseer tres especies de bienes: externos, del cuerpo y del alma”. En esto debe contribuir el estado, en la satisfacción de nuestras necesidades (salud, trabajo, vivienda…). ¡Todo esto está muy bien!, tendríamos los bienes externos y del cuerpo y podríamos fácilmente llegar a un gobierno benefactor donde al individuo se le facilitará todo lo necesario. Sin embargo, olvidaríamos los bienes del alma, la adquisición del saber, la felicidad que llega con la perfección y la superación personal. Bienes que se consiguen con las trabas de la vida y la FORMACIÓN.
Sobra decir en qué debe contribuir el buen gobernante, pero cómo, pues como diría Spinoza dejando a un lado su estado natural y primitivo, en el cual se mira y se obedece sólo a uno mismo. Concretándose en el estado civil donde el individuo se preocupa de la comunidad y todo se realiza con consenso.
María José Sánchez Rey.
 




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